Los políticos deben abandonar el agro
Si hay algún sector de la economía colombiana que haya sido víctima de mezquinos intereses políticos, ese es el agro.
En reciente debate convocado por la Comisión IV del Senado, el ministro de Agricultura y Desarrollo Rural, Aurelio Iragorri, afirmó que «algunos sectores, de la oposición, han querido hacer ver que la situación del agro es culpa del gobierno del Presidente Juan Manuel Santos, desconociendo que el campo experimenta una crisis de más de setenta años de abandono, que explotó con las manifestaciones campesinas del año pasado».
Parte de esta afirmación es cierta. En efecto, el agro colombiano siempre ha estado abandonado. Incluso en el gobierno de Guillermo León Valencia (entre 1962 y 1966), abuelo materno del actual ministro Iragorri, tampoco se hizo nada relevante en materia de política agraria.
Pero esta no puede ser la eterna excusa para que los gobiernos y ministros de turno sigan justificando el pobre desempeño del sector agropecuario del país. El discurso pareciera acabárseles a quienes están encargados de diseñar y ejecutar las políticas agrarias en Colombia.
Durante la reunión convocada por el Senado, se le escuchó decir al ministro Iragorri que «el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural ha cumplido con el 70 por ciento de las metas». Esto quiere decir que se deberían evidenciar avances del desempeño de los diferentes sector productivos del campo. Pero no es así. Entonces, ¿qué está pasando?
Lo que está pasando es lo que viene pasando desde hace más de setenta años, tal y como lo dice el ministro Iragorri. Que las entidades gubernamentales y los gremios del sector agropecuario están en su mayoría, salvo contadas excepciones, llenos de recomendados políticos. Que el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural sigue siendo un botín político, al igual que el Instituto Colombiano Agropecuario y el Instituto Colombiano de Desarrollo Rural.
En Colombia se requiere invertir en el agro de una forma transversal. Garantizar buena infraestructura, construir distritos de riego, conocer detalladamente la vocación de todas las tierras del país, promover la investigación, llevar la ciencia y tecnología al campo, disminuir los costos de los insumos. Es urgente además que las decisiones se tomen con criterios técnicos y para esto debe haber menos recomendados en las entidades estatales del sector y más profesionales agropecuarios idóneos.
Pero el primer paso para lograr todo esto es librar al campo colombiano de los apetitos insaciables de los políticos. De lo contrario, en setenta años el ministro de Agricultura de turno (quizás también nieto de algún expresidente de ingrata recordación por el campesinado colombiano) estará repitiendo las mismas palabras dichas recientemente por Iragorri ante un puñado de senadores.
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