Caballos y mafiosos
Es de público conocimiento la relación estrecha que ha existido entre la cría de caballos Paso Fino Colombiano y el narcotráfico. La inversión del dinero, producto de la cocaína, en la cría de caballos, ha sido documentada por el periodismo y evidenciada por diferentes sectores de la sociedad colombiana.
En entrevista con la Revista Semana, en el año 1987, el difunto Fabio Ochoa, caballista respetado y padre de tres reconocidos narcotraficantes, aseguraba que «es posible que haya mafiosos que se hayan vuelto caballistas, pero de ahí a que los caballistas nos hayamos vuelto mafiosos hay mucho trecho».
Contundente frase que ponía en blanco la relación narcotráfico-caballistas que se empezó a gestar desde principios de los años 80. «Los primeros caballos de paso colombiano llevados a Estados Unidos viajaron con Juan David y Jorge Luis cuando tenían 15 y 14 años» afirmaba doña Margot, madre de los hermanos Ochoa.
En la Feria Internacional del Libro de Bogotá del año pasado, se lanzó, con algo de polémica, el libro ‘Los caballos de la cocaína’, de la periodista Martha Soto, editora de la unidad investigativa del periódico El Tiempo, en el que revela, lo que todo el mundo sabe y se escucha en cuanta feria equina se haga en el país: la infiltración de la mafia en el mundo de los caballos de paso fino colombiano.
En este libro Soto revela nombres de criaderos y caballistas reconocidos que hoy hacen parte de expedientes judiciales por narcotráfico y lavado de activos en Estados Unidos y Colombia. Con documentos inéditos de agencias antimafia de Estados Unidos la periodista demuestra cómo la gran mafia infiltró este sector desde los 80, no obstante la resistencia de un grupo de respetables empresarios y directivos de gremios. De hecho, caballos campeones están en manos o han pasado por criaderos de mafiosos.
Aún hoy en día, después de haberse acabado los carteles de Medellín y de Cali, persiste parte de la sangre de caballos que aquellos narcotraficantes se esmeraron en criar. Porque, para ser honestos, gran parte de la buena genética de los caballos campeones actuales viene de aquellos «buenos genes» que estuvieron en manos de narcotraficantes con pasado delictivo. Y lo más lamentable es que esta genética, en parte, está aún en manos de oscuros capitales.
En efecto, la mejor evidencia de la infiltración del narcotráfico en este sector está en el reciente top 20 de los criaderos más importantes del país en la última década, elaborado y publicado en mayo del 2013 por una reputada asociación equina. Siete de las empresas que aparecen punteando tanto el top nacional como los regionales figuran en investigaciones judiciales por narcotráfico, lavado de activos, enriquecimiento ilícito o por receptación. «También, por camuflar entre sus propietarios a individuos que fueron extraditados, condenados o están siendo monitoreados por Estados Unidos y por la Policía, con el señalamiento de traficar cocaína e incluso de asesinar a informantes de la DEA», asegura Soto.
De acuerdo con el periódico El Tiempo, «La Leyenda, La Cantaleta, La Luisa, Villa Concha y Providencia hacen parte de ese grupo de criaderos que, de manera paralela, ha logrado los grandes campeones colombianos de paso fino y de trocha, gracias a lo cual se han llevado consigo premios nacionales e internacionales».
El narcotráfico lo cambió todo
«Es innegable que el narcotráfico ha sido quien más ha aportado en los últimos años, no solo al mundo de los caballos en Colombia, sino a todo el sector agropecuario del país», asegura vehementemente un veterinario consultado que pidió no revelar su nombre. Difícil, eso sí, de controvertir esta afirmación en un país en el que el estado siempre ha tenido una deuda histórica con el agro.
Pero esta relación aparte de traerle dinamismo al sector e incorporar lo mejor de la biotecnología reproductiva a la cría de caballos, supuso una violencia inaceptable en lo más íntimo de la cría de caballos. Y eso es lo más reprobable.
Así lo reporta Soto en su libro, «La cola de Tupac Júnior, campeón trochador colombiano declarado fuera de concurso, empezó a oler a podrido a mediados de 1985. Cuando Adolfo Gómez, su montador, fue a revisar al ejemplar, hijo del famoso Tupac Amarú y de la yegua Rosarito, se quedó con algo de pus y con la cola completamente necrosada (muerta) entre sus manos. De inmediato, el montador le avisó lo sucedido a Luis Camilo Zapata Vásquez, el entonces dueño del animal, quien ordenó localizar y matar a un reputado cirujano de perros que había viajado desde México exclusivamente a arreglarle el pelo a Tupac Júnior para una exhibición. Pero esa no era la primera vez que Zapata, finquero de Campamento (Antioquia), daba la orden de asesinar. Ya había mandado matar al reconocido caballista y juez Jaime Mejía Escobar luego de que, en una exposición equina en Agroexpo, este cogió del cabestro a Marinero, uno de sus ejemplares favoritos, y lo eliminó tras verificar que no daba la alzada reglamentaria. A Marinero, hijo de Veneno y nieto del gran campeón Don Danilo, le faltaban tan solo dos centímetros de estatura».
Tristemente el narcotráfico lo cambió todo, porque hasta principios de los ochenta, el negocio lícito estaba en manos de viejos y prestantes caballistas, como Horacio Zuluaga, Martín Vargas, Arturo Blanco, Ricardo Boger y Alfredo Hasche Koppel, de nacionalidad alemana. A estos se le suman al listado de grandes caballistas colombianos a Alberto Uribe Sierra, padre del expresidente Álvaro Uribe y del ganadero Santiago Uribe, quienes le heredaron esa pasión. Juez equino, gran chalán, bohemio y criador, Uribe Sierra se inició como discípulo de Fabio Ochoa Restrepo en la Pesebrera Ayacucho (detrás de la Feria Vieja de la Calle Colombia, en Medellín). Luego fundó La Clarita, su propio criadero, por donde pasaron animales como Castalia, Petrarca, Dulcinea y La Medusa, declarada fuera de concurso en 1978. De allí también salió La Consigna, madre del legendario caballo Tayrona.
Persecución judicial
De acuerdo con Soto, en expedientes judiciales, en poder de la justicia de Estados Unidos y de Colombia, está la evidencia de cómo sanguinarios capos del narcotráfico y del paramilitarismo le han inyectado plata de la mafia a esta actividad. En esa lista figuran desde Gonzalo Rodríguez Gacha, Leonidas Vargas, Juan Carlos Ramírez Abadía, alias ‘Chupeta’; el clan Ochoa Vásquez, Diego Montoya, alias ‘don Diego’, y Carlos Mario Jiménez, alias ‘Macaco’; hasta Hernando Gómez, alias ‘Rasguño’; Alejandro Bernal, alias ‘Juvenal’; el clan Urdinola Grajales; Pedro Pineda Camargo, alias ‘Pispi’; Daniel el ‘Loco’ Barrera, Andrés Arroyave, alias la ‘Maquinita’; los hermanos Álvarez Meyendorff y algunos socios del gran capo de México, Joaquín el ‘Chapo’ Guzmán.
Según apartes del libro en mención, «todos, sin excepción, compraron criaderos o campeones (directamente o a través de terceros) y terminaron en fiestas y ferias equinas a las que asistían expresidentes de la República como Álvaro Uribe Vélez, exministros de Estado como Andrés Uriel Gallego y senadores como Aurelio Iragorri (padre del actual ministro de Agricultura) y Jorge Hernández Restrepo. Este último, fundador de la Asociación de Criadores de Caballos Criollos Colombianos de Silla (Asdesilla) y la Asociación Colombiana de Criadores de Caballos Árabes (Asoárabes)».
Ha sido tan estrecha esta relación, que de acuerdo con Soto, «el seguimiento a varios ejemplares se ha convertido en una estrategia de agencias extranjeras antimafia para ubicar narcotraficantes colombianos, mexicanos y venezolanos que lavan sus fortunas coleccionando campeones. Los investigadores también saben que los caballos (al igual que reinas, modelos y carros de alta gama) son usados por los mafiosos para hacer alarde de su poder y para figurar socialmente en un gremio en donde, a diferencia de algunos clubes, nadie hace muchas preguntas».
Según El Tiempo, informes de inteligencia de la DEA y de la Policía colombiana señalan que ‘Puntilla’, el actual capo de capos del narcotráfico en Colombia, es un expalafrenero que saltó de pronto a respetable caballista. Hoy vive en una extensa hacienda de Tabio (Cundinamarca), participa en todas las ferias equinas y concursos, cabalgando al lado de un poderoso exfuncionario público de dudosa reputación, que también tiene caballos. Esto evidencia que esa estrecha relación, después de la muerte de narcotraficantes como «El Mexicano» y la incautación de millonarios patrimonios de la mafia, aún persiste.
Un secreto a voces
Según Soto, «los viejos caballistas que acceden a hablar del lado oscuro de su gremio –por años cuidado con celo por respetadas y tradicionales familias– admiten que fueron los dueños de las minas de esmeraldas más productivas del país los que les infiltraron a varios capos, entre ellos al sanguinario y tristemente célebre, Gonzalo Rodríguez Gacha, alias el ‘Mexicano’».
Para Alfredo Molano, periodista e investigador colombiano, en una crónica escrita para la revista Soho asegura que «es explicable que los grandes capos del narcotráfico amen los caballos finos. La primera generación era acampesinada y sus patrones de prestigio pasaban por la calidad de las bestias que de niños admiraron y ambicionaron. Después de conseguir un gran automóvil y una mujer bella y deseada, lo primero que adquirían era un caballo de paso fino. O un gran trochador como el Túpac Amaru de Rodríguez Gacha. Y sabían montarlos. No sé si sacarles el paso, que es una destreza especial. Pero a ferias iban para ser admirados ellos a la par con las bestias que sacaban. Y sobre ellas se emborrachaban y terminaban besándoles los belfos y dándoles aguardiente. De propietarios se volvieron criadores y de criadores, genetistas aficionados como si por medio de la buena raza comprada alcanzaran el árbol genealógico de los que fueron sus patrones, en el doble sentido del término. Llegaron a pensar lo mismo que la aristocracia. Y no solo a pensar sino a sustituirla».
Porque aparte del fenómeno sociológico en el que los «nuevos ricos» quisieron lograr el estatus soñado, los narcotraficantes vieron en los caballos, y en otras inversiones, la opción de lavar el dinero conseguido en actividades delictivas e incluso cambiar su actividad principal.
Desafío de caballistas
El verdadero desafío que tiene el gremio de los criadores de caballos Paso Fino en Colombia radica en limpiar el buen nombre del sector y brindarle transparencia a las inversiones que en éste se realizan. Si bien las cabezas de las diferentes asociaciones de criadores de caballos en el país podrían denunciar ante las autoridades competentes posibles caballistas con «capital oscuro» o purgar judicialmente a todos sus afiliados (a pesar de que quizás esto no sea parte de su objeto social), es más efectiva una acción social por parte de los caballistas de bien, que son la mayoría. Esto es, no realizando transacciones ni acuerdos comerciales con reconocidos narcotraficantes que se disfrazan de caballistas. Es decir, promover un aislamiento social para que prime la transparencia y honorabilidad sobre simples intereses comerciales.
Pareciera ser un tanto utópica esta sugerencia, pero de llegar a darse sería algo loable por parte de aquellos ilustres y honorables criadores que se han esforzado por mejorar y mantener el componente genético del caballo criollo colombiano que tantos triunfos y halagos se han llevado en el exterior.
http://www.eltiempo.com/politica/justicia/asesinato-de-caballista-en-antioquia-/15151441