Mascotas y epidemias
Deshacernos de nuestras mascotas por un eventual contagio con COVID19, en la medida en que estos puedan sufrir la enfermedad o servir de agentes transmisores, hasta el momento carece de todo sustento científico.
Desde Bastet la diosa egipcia de la armonía (representada por una mujer con cabeza de gato) hasta Freya, diosa nórdica cuyo carruaje es empujado por felinos domésticos, durante la Antigüedad la humanidad encontró en el gato a un aliado poco común, que si bien no poseía características específicas como otros animales de trabajo domesticados previamente, su presencia y carácter depredador entre poblaciones humanas resultaba eficaz para ahuyentar a los roedores y otros animales pequeños que amenazaban con comer o contaminar las cosechas de granos.
Sin embargo, a partir del siglo XII la relación entre gatos y humanos cambió radicalmente. Con el cristianismo como pensamiento dominante, la noción de que todos los seres vivos estaban creados por y para servir a Dios y podían ser utilizados por el hombre era ampliamente aceptada; sin embargo, los felinos no entraban en tal definición: se trata de animales semisalvajes que mantienen un carácter independiente, no están dispuestos a seguir órdenes ni cuentan con la zalamería típica de los perros, el ejemplo de animal doméstico por antonomasia.
En este ambiente caldeado y antropocéntrico, el Papa Gregorio IX a través de una Bula Papal en 1.223 afirmó que los gatos negros eran una representación y disfraz de Lucifer. Esto provocó una matanza sin cuartel contra los gatos en toda Europa.
Un siglo después, más de 50 millones de personas morían a causa de la Peste Negra, causada por la bacteria Yersinia pestis y transmitida por las pulgas de las ratas. Luego se puede inferir que como el descenso de los gatos había sido significativo en el continente europeo, la proliferación de ratas y la transmisión de la peste negra se dio casi que sin control.
Con el pasar de los siglos es posible decir que hoy en día los gatos reinan en muchos hogares alrededor del mundo e incluso, algunos gatos ferales o de difícil adopción por su pobre socialización, se han utilizado para el control de roedores en fábricas, como sucede en la actualidad en Filadelfia, EUA, por lo que pueden estar contribuyendo a evitar la presentación de epizootias.
Por otra parte, el papel de los perros en el manejo de las epidemias nos ha dejado también importantes lecciones. Basta recordar el caso de la epidemia de difteria en Nome, Alaska en 1925 que fue controlada gracias al transporte de la antitoxina por medio de trineos tirados por perros Alaskan Malamute y Siberian Huskies a lo largo de 1,085 km con el firme propósito de salvar a toda la población de esta ciudad (lo cual en efecto se logró).
De igual forma merece mención importante el caso reportado por científicos en el África entre 2014 y 2016 en el que descubrieron que los perros locales sirvieron como centinelas de la presencia del virus del Ébola. A pesar que los perros no sufren de Ébola si desarrollan anticuerpos contra la misma, por lo que al evaluar el suero sanguíneo de los perros se pudo predecir la presencia de la enfermedad en territorios aparentemente sanos y de esta forma actuar con mayor eficacia para el control del virus dentro de la población.
Hoy en día científicos ingleses entrenan perros para detectar pacientes con COVID19 de la misma forma como en el pasado se ha hecho con personas que sufren de cáncer, enfermedades bacterianas o problemas metabólicos o bioquímicos.
Luego es posible colegir que no se debe actuar irracionalmente ante rumores o suposiciones de algunos sectores de la sociedad que están ajenos de la más reciente información científica sobre el COVID19. Error sería mostrarse desagradecidos con unos seres que, muchas veces sin saberlo, sirven de soporte emocional y permiten liberar el estrés en los días más tensionantes de la existencia humana.