La pérdida de la diversidad sonora
Desde el trinar de aves en el bosque hasta cantos de ballenas en los océanos, el planeta está perdiendo la diversidad sonora. Pérdida de hábitats, extinción de especies y contaminación auditiva contribuyen a esta pérdida de diversidad sonora que a la vez afecta la conexión vital entre los humanos y la Tierra.
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Cada hábitat en la Tierra tiene su propia firma sonora, hecha por las miles de voces presentes en cada sitio. Tomó mucho tiempo para que esa diversidad sónica emergiera. La depredación mantuvo subrepticia esta comunicación sonora por cientos de millones de años. Los primeros animales en los océanos y en la superficie terrestre podían oír, especialmente a bajas frecuencias. Pero cantar o chillar era una suerte de invitación a la muerte. Hoy en día, las criaturas más vocales son las que más fácilmente pueden escapar o defenderse. Las ranas, los grillos y las aves poseen sus cantos, en parte, gracias a sus patas y alas.
A una escala continental, las placas tectónicas y las antiguas migraciones de animales entre continentes son las responsables de la diversidad sonora alrededor del planeta. Las comunidades de aves en el continente americano, por ejemplo, suenan diferentes a sus contrapartes de Australia porque solo una pequeña porción del diverso ensamblaje australiano dejó su continente para dispersarse a otros sitios. Las comunidades biológicas que emigraron se irradiaron a nuevos territorios, encontrando su propio camino acústico. En cada continente y en cada océano, las especies se adaptaron a diferentes condiciones físicas y sociales, y de esta forma diversificaron el sonido. Es así como los cantos de especies de bosque se adaptaron para comunicarse a través del denso follaje y frecuentemente son más lentos y menos complejos que los de aquellas especies que viven en hábitats más abiertos y menos densos. La selección sexual le sumo capas de exageración y extravagancia a este proceso, generando que los cantos de apareamiento divergieran y exploraran hacia nuevos extremos vocales.
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Pero ahora estamos escuchando menos. A una escala global esta diversidad se ha erosionado. Hemos perdido millones de ballenas y miles de millones de peces, y con ellos se han ido sus vocalizaciones. Por ejemplo, en el Atlántico norte el colapso de las poblaciones de bacalao -hasta el 99% en algunas áreas- ha eliminado los sonidos y ronquidos que esta especie emitían durante la época reproductiva. En relación con las ballenas, en el siglo XX el ser humano ha matado 2.9 millones de individuos de varias especies de cetáceos, empobreciendo la diversidad acústica del océano. Por cada pez y mamífero marino perdido, se ha perdido una sonografía acuática y se ha reemplazado por el sonido de motores de barcos y de maquinaría para perforar y extraer petróleo en el manto oceánico. En la superficie terrestre, la homogenización de especies causada por las recientes introducciones de especies exóticas -como el estornino europeo y el myna común- y la erradicación de especies endémicas ha conllevado a una convergencia acústica en diferentes continentes, especialmente en áreas urbanas y agrícolas.
A pequeña escala, entre los ecosistemas, la pérdida de la diversidad sónico no solo refleja la pérdida de especies, sino el cambio del ritmo de vida. Algunos de estos cambios son percibidos por el oído humano -la migración temprana de aves, la ausencia de monos aulladores en un fragmento de bosque y la pérdida de insectos y ranas- pero otros se han identificado gracias a técnicas de bioacústica. Por ejemplo, el ciclo sonoro diario de insectos, aves, ranas y primates en bosques talados en Indonesia difieren de lo percibido en bosques intactos. De tal forma que el sonido no solo permite evaluar la biodiversidad en un momento dado, sino que su flujo revela dinámicas ocultas dentro de los ecosistemas.
Fuente: https://e360.yale.edu/features/wild-sounds-the-loss-of-sonic-diversity-and-why-it-matters