Animales entre nosotros
La presencia de un animal ha implicado siempre un reto para la conciencia humana. Una vez el hombre desarrolló la agricultura y domesticó el primer animal, hace 10,000 años, empezó a manipular y a adecuar los animales de acuerdo con sus necesidades. En un comienzo el ser humano pretendió garantizar su fuente de alimento, posteriormente surgieron nuevos intereses: energía suplementaria, culto, protección, entretenimiento, lujo, poder y compañía.
El hombre al interactuar con los animales se planteó varios interrogantes para entender las diferencias entre unos y otros. Precisamente, según teólogos medievales, plantear una condición igualitaria entre hombres y animales era aceptar que los animales tenían alma, lo cual era impensable para la época. René Descartes, en el siglo XVI, conceptualizó el alma como el sitio donde no sólo se piensa, sino que se percibe y se siente, en otras palabras: conciencia; negó la existencia del alma en los animales, lo que consecuentemente era arrebatarles su mente.
Darwin fue uno de los primeros en aceptar que los animales sienten placer y dolor (a pesar de que el estudio de los aspectos psicológicos del dolor en animales es un fenómeno reciente), experimentan euforia, sufrimiento o aburrimiento, demuestran atención e imaginación y son capaces de razonar. En años más recientes se comprobó que los animales presentan comportamientos versátiles y patrones complejos de comunicación; lo que indica que poseen, al menos, un nivel rudimentario de conciencia, es decir, la habilidad para pensar subjetivamente sobre objetos y eventos.
En condiciones naturales óptimas, donde las poblaciones animales son autosuficientes, los requerimientos conductuales son adecuados por definición. Por el contrario, a los animales domesticados o en confinamiento, se les ofrecen condiciones artificiales en las que, en muchas ocasiones, los instrumentos conductuales no suplen las necesidades naturales de los individuos, generándose así funciones alteradas y comportamiento estereotipado como las expresiones más obvias.
¿Por qué entonces, a pesar de los avances científicos mencionados, es moralmente aceptado usar animales como experimentación o en colecciones de zoológicos con objetivos educativos y recreativos, y no usar seres humanos con el mismo fin? Si es porque la mayoría de los humanos tenemos habla o razón, entonces ¿por qué no usar a aquellos humanos que carecen de éstos atributos? Quizás ésta moralidad está determinada por teorías antropocentristas y creacionistas. ¿Qué argumentación se puede esbozar entonces?
La habilidad para experimentar sufrimiento, que la comparten tanto humanos como animales, es una condición suficiente para generar intereses moralmente relevantes hacia los animales. En efecto, el negar esta condición igualitaria, teniendo en cuenta especies individuales, constituye lo que se conoce como especiesismo, análogo al racismo, al sexismo o a cualquier otra tendencia xenofóbica en la cual la moral y el comportamiento es diferente con aquellos individuos ajenos al grupo al que se pertenence. ¿Relativismo moral?
A manera de conclusión, es preciso afirmar que el manejo, la tenencia, el uso, el aprovechamiento y la producción de animales deben estar contemplados de acuerdo con las consideraciones éticas y el cuestionamiento sobre la justificación moral para mantener animales, además deben estar enmarcados en la implementación de protocolos de bienestar animal.
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Autor: gricoh