El costo de lo que comemos
¿Cuáles son los ingredientes principales que componen la alimentación de un colombiano promedio? Carne, papa y aceite vegetal son algunos de estos. El costo de estos alimentos afecta directamente el bolsillo del consumidor. Pero los sistemas de producción agropecuarios que predominan en el país, hacen que los alimentos que llegan a la mesa de todos los colombianos tengan un mayor costo, frecuentemente desconocido por los comensales, el costo ambiental.
En Colombia son frecuentes los paros y las protestas airadas por parte de los gremios productivos a los gobiernos de turno. Sus razones son justificadas, pues buscan mayores ingresos, apoyo del gobierno y la disminución sustancial de los costos de producción. Para César Pachón, líder campesino y cabeza visible del movimiento Dignidad Papera, “la débil política agropecuaria del gobierno afecta la población campesina”. Pero los productores, a nivel individual y los gremios como conjunto tienen una responsabilidad mayor que asumir, particularmente con las generaciones venideras: no sólo deben producir a bajo costo, también deben disminuir el impacto ambiental que sus explotaciones agropecuarias generan y buscar producciones sostenibles.
No coma cuento, coma carne
La carne que se consume en el país proviene en su mayoría de ganaderías de tipo extensivo que han sido establecidas históricamente al reemplazar bosques nativos por praderas con gramíneas introducidas. En la transformación de los ecosistemas naturales existe una conexión directa e indirecta entre la ganadería y la tala y quema de bosques. La magnitud de este proceso ha llevado a que varios expertos en el tema consideren la ganadería como una gran amenaza ecológica del bosque tropical.
Este señalamiento no es gratuito. De acuerdo con Enrique Murgueitio, de la Fundación CIPAV (Centro para la Investigación en sistemas sostenibles de Producción Agropecuaria), “dentro la actividad ganadera se generan varios impactos ambientales negativos”. La erosión y compactación del suelo, la uniformidad genética, la desecación de humedales, la construcción de vías de penetración, la demanda creciente de madera, la contaminación del agua y el suelo, así como las emisiones de gases producidas tanto por los bovinos como por el transporte de animales vivos o de sus subproductos, son algunos de los impactos negativos asociados a la actividad ganadera.
Según cifras de la Federación Nacional de Ganaderos (FEDEGAN) la ganadería en Colombia ocupa actualmente 39,2 millones de hectáreas, es decir, la mayor parte de la frontera agrícola de Colombia. En esta inmensa área de terreno se mantienen en promedio 25,3 millones de cabezas de ganado, lo cual evidencia la baja productividad de la ganadería colombiana. Lo anterior es, en gran parte, consecuencia de la pobre inversión en tecnología y de que más que una actividad productiva, la ganadería es básicamente un factor de acumulación de capital asociado a la tenencia de tierra.
Sea buena papa
Por los lados de la papa, tubérculo de origen andino y ligado desde siempre a la cultura gastronómica colombiana, el panorama puede ser igual de desalentador. Algunos cultivadores de papa en el país establecen, de forma irresponsable, sus cultivos en ecosistemas de páramo. Según investigadores de la Universidad de Caldas, esta apropiación de la tierra por parte del cultivo de la papa, genera la pérdida gradual de formaciones florísticas y la disminución en la capacidad de almacenamiento e infiltración de agua en los suelos. Adicionalmente, dentro del cultivo de papa se usan agroquímicos (plaguicidas y herbicidas) que contaminan el suelo y las fuentes hídricas.
La Federación Colombiana de Productores de Papa (FEDEPAPA) estimó que para el año 2013 se sembraron un total de 127.400 hectáreas. Estos cultivos se ubican principalmente en los departamentos de Antioquia, Boyacá, Cundinamarca y Nariño, en los Andes colombianos, inmersos frecuentemente en un mosaico formado por páramos y bosques que son prioritarios para la conservación.
La palma de aceite, una agroindustria eficiente, sostenible y mundialmente competitiva
Las grandes plantaciones de palma africana han generado un recambio en los ecosistemas que han afectado a las poblaciones naturales. Varios informes de organizaciones ambientales han evidenciado esta problemática al poder comprobar como ciertas comunidades biológicas se han visto desplazadas poniendo en riesgo su supervivencia y los servicios ecosistémicos que prestan.
Los grandes felinos, por ejemplo, han sido unos de los grupos biológicos más afectados por los monocultivos como el de la palma africana. Howard Quigley, director ejecutivo del programa de Jaguar de la Fundación Panthera, asegura que las plantaciones de palma africana están destruyendo el hábitat natural de los grandes felinos, obligándolos a vivir en pequeños parches de tierra y disminuyendo dramáticamente el tamaño de sus poblaciones.
La palma africana es uno de los cultivos que se ha establecido con mayor extensión en los valles y llanuras de Colombia. La Federación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite (FEDEPALMA) estima que actualmente hay 280.000 hectáreas sembradas en Colombia para el procesamiento y la producción de aceite de palma de amplio uso industrial y alimenticio. Los principales cultivos de palma africana se encuentran en el Magdalena Medio y los Llanos Orientales, donde a su vez se ubican importantes ecosistemas naturales cuya conservación resulta estratégica para asegurar servicios medioambientales.
Sin importar lo que se produzca (arroz, pollo, cerdo, café o maíz), el escenario es similar en otras actividades agropecuarias en Colombia. Los sistemas de producción tradicionales fueron pensados y diseñados desde un principio con el único fin de garantizar el suministro de alimento para la población humana y cumplir con expectativas económicas de pequeños productores y grandes conglomerados agroempresariales. Nunca se tuvieron consideraciones ambientales, pues las necesidades han sido otras y el interés general siempre ha sido ajeno a la búsqueda de una sostenibilidad dentro de los sistemas agropecuarios.
¿Qué se está haciendo en el país para evitar que el sector agropecuario genere un impacto ambiental tan nocivo como el causado por la minería extractiva? Una de las soluciones a esta problemática es implementar en ganaderías tradicionales un sistema de silvopastoreo (manejo integral en el cual los árboles interactúan con los forrajes y los animales). Para Liliana Mahecha, zootecnista y profesora de la Universidad de Antioquia, el silvopastoreo, puede disminuir el impacto ambiental de la ganadería, ya que genera efectos positivos sobre el suelo como fijación de nitrógeno, control de la erosión y reciclaje de nutrientes.
El silvopastoreo promueve además la captura de carbono y la presencia de comunidades biológicas que garantizan la prestación de servicios ecosistémicos en el interior de fincas ganaderas. En los últimos años este tipo de sistema productivo ha empezado a ser difundido entre los ganaderos del país, gracias a un trabajo conjunto entre FEDEGAN, CIPAV y The Nature Conservancy. Si bien algunas fincas, casi que a modo de parcelas demostrativas, han adoptado el silvopastoreo como un sistema de producción ganadera, se espera que en los próximos años este modelo productivo sea una constante en las ganaderías de Colombia.
FEDEPAPA por su parte, viene promoviendo dentro de sus asociados la adopción de Buenas Prácticas Agrícolas (BPA) dentro de las cuales se incluyen la recolección, selección y disposición final de residuos peligrosos y la protección de ecosistemas no intervenidos. FEDEPALMA igualmente difunde dentro de sus asociados la importancia de implementar BPA y con dinero del Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF), ha iniciado estudios para evaluar el impacto ambiental del monocultivo de la palma africana, con el fin de formular propuestas que disminuyan efectos deletéreos sobre los ecosistemas naturales.
Estas iniciativas gestadas en el interior de algunos de los gremios productivos, además de propender por mayor responsabilidad ambiental, buscan adoptar medidas que permitan acceder a mercados cada vez más exigentes en términos de sostenibilidad. Lo anterior va de la mano con Misión Rural, instancia encargada de estructurar el portafolio de políticas públicas para el campo colombiano que, al menos en teoría, contempla dentro de sus ejes temáticos el desarrollo agropecuario sostenible y competitivo.
Sin embargo, más allá de estas iniciativas gremiales y gubernamentales, el ordenamiento territorial se constituye en un elemento determinante para promover un uso sostenible de las tierras productivas. No todas las tierras en el país son óptimas, en términos ambientales y productivos, para actividades agropecuarias. Se han escuchado voces, como la del ex ministro de Agricultura y codirector del Banco de la República Carlos Gustavo Cano, que proponen disminuir el área destinada a la ganadería, aumentar el número de hectáreas para el uso agrícola, implementar la sostenibilidad en estos sistemas productivos y priorizar la conservación de ecosistemas estratégicos. Bajo este contexto, el uso agropecuario que se le da a la tierra en Colombia, debería ser reglamentado de forma similar, guardadas las proporciones sociales, económicas y ambientales, a como se otorgan licencias mineras en el país. Sólo así se puede disminuir el costo ambiental de los alimentos.
Fuente: gricoh
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