Fincas famosas
Hay fincas famosas, fincas que merecen una reseña especial, ya que forman parte del imaginario colectivo, así como del acervo histórico, económico y cultural de nuestros países. Recordemos que la nuestra es una sociedad con ancestros profundamente rurales -definitivamente finkeros somos y a la tierra nos debemos-, en el campo se gestó la libertad de nuestros pueblos, en haciendas se hospedaron los héroes de nuestra patria, en las fincas se dio inicio al desarrollo de nuestros países y en paisajes rurales se inspiraron los más importantes representantes de la literatura.
La Quinta de San Pedro Alejandrino, Santa Marta, Colombia – Simón Bolívar
La Quinta de San Pedro Alejandrino es considerada un Altar de la Patria, ya que fue en sus linderos donde pasó sus últimos días y falleció el libertador Simón Bolívar el 17 de diciembre de 1.830. Esta finca fue fundada en 1.608 por los curas franciscanos, fue propiedad de la Corona española y posteriormente pasó a manos particulares. Su actividad principal fue la producción de ron, miel y caña. Finalmente, en 1.891, 200 ha fueron adquiridas por el Departamento del Magdalena y se inició su restauración para ser declarada Monumento Nacional Histórico y convertirse en uno de los más importantes atractivos turísticos de la ciudad de Santa Marta.
La Casa de las Dos Palmas, Colombia – Manuel Mejía Vallejo
La obra maestra del escritor colombiano Manuel Mejía Vallejo, se desarrolla enteramente en un entorno rural y recrea, en el marco de la colonización antioqueña, intereses creados dentro de una típica familia con profundo arraigo campesino. En ella, se describen las costumbres y el trabajo en la Casa de las Dos Palmas y en las primeras fincas que se establecieron producto de la colonización promovida social y estatalmente durante esta etapa determinante para el desarrollo reciente de Colombia. Esta obra fue exitosamente llevada a la televisión colombiana en años posteriores a su primera edición.
King Ranch, Texas, EUA
A mediados del siglo XIX, justo después de finalizada la guerra de EUA contra México, varios inversionistas y aventureros americanos pusieron sus ojos en esta vasta y rica región que se había anexado a la Unión Americana: Texas. Precisamente, uno de estos personajes, Richard King, hijo de inmigrantes irlandeses, fue quien inició el establecimiento de esta enorme y afamada hacienda ubicada en Brownsville y Corpus Christi, Texas.
El King Ranch, fuera de ser una de las haciendas más grandes del mundo (825,000 acres – 333,866 hectáreas), es cuna de la raza bovina Santa Gertrudis, primera raza bovina americana y reconocida mundialmente a partir de 1.940. De igual forma, en su territorio se adaptó al continente americano la raza Brahman y fue precisamente en el King Ranch donde se seleccionaron los mejores ejemplares de esta raza con las características fenotípicas apreciadas por todos hoy en día. En el King Ranch nació, además, la primera cría de caballo cuarto de milla registrada ante la American Quarter Horse Association.
A parte del importante aporte al desarrollo agropecuario mundial, el King Ranch también ha inspirado importantes obras de la literatura, como Giant de Edna Ferber, Centennial de James Michener y Lords of the land de Matt Braun. Adicionalmente, memorables líneas de camionetas, como Ford F-150, Super Duty Line Up y Expedition SUV, han salido al mercado en honor al King Ranch.
En la actualidad, en el King Ranch, aunada a la actividad ganadera, se crían caballos cuarto de milla y pura sangre, se realiza importante investigación agrícola en conjunto con la Texas A & M University y existe un museo abierto al público donde se recrea el impacto que el King Ranch ha tenido en la historia americana.
Hacienda El Paraíso, Valle del Cauca, Colombia – Jorge Isaacs
En 1.828, el padre de Jorge Isaacs adquirió esta hermosa propiedad de 120 hectáreas sin sospechar siquiera que ésta iba ser inspiración para una de las más importantes novelas románticas de la lengua hispana, María.
En los años 50, la Hacienda El Paraíso fue adquirida por el departamento del Valle del Cauca y declarada Monumento Nacional. La casa de la hacienda aún mantiene su arquitectura original, y está abierta al público, cuenta con un museo y un acogedor hostal. Al visitar la Hacienda El Paraíso se puede disfrutar de los mismos paisajes y atardeceres finamente descritos por Isaacs en su obra cumbre.
Antes de ponerse el Sol, ya había yo visto blanquear sobre la sobre la falda de la montaña la casa de mis padres. Al acercarme a ella contaba con mirada ansiosa los grupos de sus sauces y naranjos, al través de los cuales vi cruzar poco después las luces que se repartían en las habitaciones.
Respiraba al fin aquel olor nunca olvidado del huerto que me vio formar. Las herraduras de mi caballo chispearon sobre el empedrado del patio. Oí un grito indefinible; era la voz de mi madre: al estrecharme ella en los brazos y acercarme a su pecho, una sombra me cubrió los ojos: era el supremo placer que conmovía a una naturaleza virgen.
Fragmento – María, Jorge Isaacs
Hacienda Cañas Gordas, Cali, Valle del Cauca, Colombia – Eustaquio Palacios
La novela costumbrista colombiana El Alférez Real, escrita por Eustaquio Palacios, describe detalladamente la vida de las haciendas vallecaucanas en el siglo XIX. En esa época, las grandes haciendas se iniciaban en el desarrollo de actividades ganaderas y de cultivo de la caña de azúcar utilizando mano de obra esclava. Eran años de esclavismo y latifundio, de territorios inmensos e inexplorados, de explotación agrícola floreciente, de poderes económicos y de injusticia social. Desde 1.980, la Hacienda Cañas Gordas es Monumento Nacional. Por todo el Valle del Cauca, y especialmente en el Corregimiento del Hormiguero, se concentran los descendientes de esos esclavos africanos a los que hace alusión Palacios en El Alférez Real y a los cuales, en efecto, el país, y especialmente esta región occidental, les deben tanto.
La Finca Vigía, Cuba – Ernest Hemingway
La Finca Vigía en San Francisco de Paula, La Habana, Cuba, data del siglo XIX cuando en ella se emplazaba un puesto de vigilancia del ejército español. Para 1.887 era propiedad de Miguel Pascual Baquer, y posteriormente después de pasar por varias manos, fue adquirida en 1.940 por Ernest Hemingway, gracias a la iniciativa de su tercera esposa, Martha Gelhorn. La Finca Vigía fue precisamente residencia de Hemingway por 20 años, luego es de suponer que, gran parte de su producción literaria surgió al mundo en terrenos de la Finca Vigía.
La Finca Vigía, tiene casi cuatro hectáreas de extensión, casa, bungalow, torre y piscina, posee además una abundante vegetación donde conviven especies de la flora y la fauna tropical que convierte el lugar en una pequeña reserva ecológica. Después de morir Hemingway, en 1.961, su cuarta esposa, Mary Welsh, le donó al pueblo cubano la propiedad de la Finca Vigía para su disfrute cultural.
Finca Coello, Tolima, Colombia – Álvaro Mutis
“Todo lo que he escrito está destinado a celebrar, a perpetuar ese rincón de la tierra caliente del que emana la substancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis terrores y mis dichas. No hay una sola línea de mi obra que no esté referida, en forma secreta o explícita, al mundo sin límites que es para mí ese rincón de la región de Tolima, en Colombia«. Esta frase de Álvaro Mutis, resume la trascendencia inspiradora que tuvo la finca de su familia materna en su obra literaria.
La Finca Coello, ubicada en la confluencia de los ríos Coello y Cocora, en el departamento del Tolima, había pertenecido a Jerónimo Jaramillo Uribe, abuelo materno de Mutis, y fue heredada por Carolina, la madre de Mutis. Si bien después de la muerte prematura del padre de Álvaro Mutis en Europa, éste permaneció estudiando en Bruselas, eran frecuentes los viajes en barco a Colombia con destino a la Finca Coello. Pese a que para Mutis el mundo era Europa, el contacto con la naturaleza y con las costumbres campesinas fue otra experiencia fundamental en la formación del escritor.
Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales
Sobre las hojas de plátano,
Sobre las altas ramas de los cámbulos
Ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima
Que crece las acequias y comienza a henchir los ríos
Que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales.
La lluvia sobre el zinc de los tejados
Canta su presencia y me aleja del sueño
Hasta dejarme en un crecer de las aguas sin sosiego,
En la noche fresquísima que chorrea
Por entre la bóveda de los cafetos
Y escurre por el enfermo tronco de los balsos gigantes.
Ahora, de repente, en mitad de la noche
Ha regresado la lluvia sobre los cafetales
Y entre el vocerío vegetal de las aguas
Me llega la intacta materia de otros días
Salvada del ajeno trabajo de los años.
Nocturno, Álvaro Mutis
El Campamento de los Hernández, Chile – Pablo Neruda
En apartes de su magnífica autobiografía, el premio Nobel de Literatura, Pablo Neruda, describe su experiencia en una típica finca chilena de principios del siglo XX:
Llegué al campamento de los Hernández antes del mediodía, fresco y alegre. Mi cabalgata solitaria por los caminos desiertos, el descanso del sueño, todo eso refulgía en mi taciturna juventud. La trilla del trigo, de la avena, de la cebada, se hacía aún a yegua. No hay nada más alegre en el mundo que ver girar las yeguas, trotando alrededor de la parva del grano, bajo el grito acucioso de los jinetes. Había un sol espléndido, y el aire era un diamante silvestre que hacía brillar las montañas. La trilla es una fiesta de oro. La paja amarilla se acumula en montañas doradas; todo es actividad y bullicio; sacos que corren y se llenan; mujeres que cocinan; caballos que se desbocan; perros que ladran; niños que a cada instante hay que librar, como si fueran frutos de la paja, de las patas de los caballos. Los Hernández eran una tribu singular. Los hombres despeinados y sin afeitarse, en mangas de camisa y con revólver al cinto, estaban casi siempre pringados de aceite, de polvo cereal, de barro, o mojados hasta los huesos por la lluvia. Padres, hijos, sobrinos, primos eran todos de la misma catadura.
Permanecían horas enteras ocupados debajo de un motor, encima de un techo, trepados a una máquina trilladora. Nunca conversaban. De todo hablaban en broma, salvo cuando se peleaban. Para pelear eran unas trombas marinas; arrasaban con lo que se les ponía por delante. Eran también los primeros en los asados de res a pleno campo, en el vino tinto y en las guitarras plañideras. Eran hombres de la frontera, la gente que a mí me gustaba. Yo, estudiantil y pálido, me sentía disminuido junto a aquellos bárbaros activos; y ellos, no sé por qué, me trataban con cierta delicadeza que en general no tenían para nadie.
Después del asado, de las guitarras, del cansancio cegador del sol y del trigo, había que arreglárselas para pasar la noche. Los matrimonios y las mujeres solas se acomodaban en el suelo, dentro del campamento levantado con tablas recién cortadas. En cuanto a los muchachos, fuimos destinados a dormir en la era. La era elevaba su montaña de paja y podía incrustarse un pueblo entero en su blandura amarilla.
Para mí todo aquello era una inusitada incomodidad. No sabía cómo desenvolverme. Puse cuidadosamente mis zapatos bajo una capa de paja de trigo, la cual debía servirme como almohada. Me quité la ropa, me envolví en mi poncho y me hundí en la montaña de paja. Quedé lejos de todos los otros que, de inmediato y en forma unánime, se consagraron a roncar.
Yo me quedé mucho tiempo tendido de espaldas, con los ojos abiertos, la cara y los brazos cubiertos por la paja. La noche era clara, fría y penetrante. No había luna pero las estrellas parecían recién mojadas por la lluvia y, sobre el sueño ciego de todos los demás, solamente para mí titilaban en el regazo del cielo.
Luego me quedé dormido. Desperté de pronto porque algo se aproximaba a mí, un cuerpo desconocido se movía debajo de la paja y se acercaba al mío. Tuve miedo. Ese algo se arrimaba lentamente. Sentía quebrarse las briznas de paja, aplastadas por la forma desconocida que avanzaba. Todo mi cuerpo estaba alerta, esperando. Tal vez debía levantarme o gritar. Me quedé inmóvil. Oía una respiración muy cercana a mi cabeza. De pronto avanzó una mano sobre mí, una mano grande, trabajadora, pero una mano de mujer. Me recorrió la frente, los ojos, todo el rostro con dulzura. Luego una boca ávida se pegó a la mía y sentí, a lo largo de todo mi cuerpo, hasta mis pies, un cuerpo de mujer que se apretaba conmigo. Poco a poco mi temor se cambió en placer intenso. Mi mano recorrió una cabellera con trenzas, una frente lisa, unos ojos de párpados cerrados, suaves como amapolas. Mi mano siguió buscando y toqué dos senos grandes y firmes, unas anchas y redondas nalgas…
El amor junto al trigo, Confieso que he vivido, Pablo Neruda
Hacienda Lucerna, Bugalagrande, Valle del Cauca, Colombia
A mediados de los años 30 se iniciaron los primeros cruces de ganado criollo con genes Holstein y Shorthorn, hasta obtener la raza criolla Lucerna, adaptada a las condiciones tropicales. Esta raza que, precisamente deriva su nombre de la Hacienda Lucerna, donde se originó, se caracteriza por su gran rusticidad y temperamento lechero, es además una de las razas bovinas criollas en Colombia.
Hacienda África, La Dorada, Caldas, Colombia
En los años 50, el Dr. José Velásquez, buscando mayor productividad de la ganadería tropical, creó una raza bovina por cruzamiento de razas romo sinuano, brahman rojo y red poll. Esta raza colombiana se originó en la Hacienda África, a partir de donde se difundió gracias a su precocidad, rusticidad y temperamento lechero.
Hacienda El Miedo y Altamira, Venezuela – Rómulo Gallegos
Doña Bárbara, la novela cumbre del político y excelso escritor venezolano Rómulo Gallegos, está enmarcada en las Haciendas El Miedo y Altamira, situadas en la hermosa e imponente Orinoquía:
La llanura es bella y terrible a la vez; en ella caben holgadamente, hermosa vida y muerte atroz; ésta acecha por todas partes, pero allí nadie le teme(…)
(…)Tierras áridas, quebradas por barrancas y surcadas de terroneras. Reses flacas, de miradas mustias, lamían aquí y allá, en una obsesión impresionante, los taludes y peladeros del triste paraje. Blanqueaban al sol las osamentas de las que ya habían sucumbido, víctimas de la tierra salitrosa que las enviciaba hasta hacerlas morir de hambre, olvidadas del pasto, y grandes bandadas de zamuros se cernían sobre la pestilencia de la carroña. Doña Bárbara se detuvo a contemplar la porfiada aberración del ganado y con pensamientos de sí misma materializados en sensación, sintió en la sequedad saburrosa de su lengua, ardida de fiebre y de sed, la aspereza y la amargura de aquella tierra que lamían las obstinadas lenguas bestiales. Así ella en su empeñoso afán de saborearle dulzuras a aquel amor que la consumía. Luego, haciendo un esfuerzo por librarse de la fascinación que aquellos sitios y aquel espectáculo ejercían sobre su espíritu, espoleó el caballo y prosiguió su errar sombrío.
Fragmento, Doña Bárbara, Rómulo Gallegos.
Santa Cruz de Vista Alegre, España – Juan Ramón Jiménez
Si bien nunca fue propiedad del autor de “Platero y yo”, Santa Cruz de Vista Alegre tuvo un estrecho vínculo con Juan Ramón Jiménez, gracias a la amistad de éste último con Rafael Almonte. La finca Santa Cruz de Vista Alegre, ubicada a escasos kilómetros de Fuentepiña, España, es considerada Bien de Interés Cultural debido a que sus parajes definen las coordenadas líricas de Juan Ramón Jiménez:
…Corríamos, locos, a ver quién llegaba antes a cada higuera.
Rocillo cogió conmigo la primera hoja de una, en un sofoco de risas y palpitaciones.
Toca aquí. Y me ponía mi mano, con la suya, en su corazón, sobre el que el pecho joven subía y bajaba como una menuda ola prisionera.
Adela apenas sabía correr, gordinflona y chica, y se enfadaba desde lejos.
Le arranqué a Platero unas cuantas brevas maduras y se las puse sobre el asiento de una cepa vieja, para que no se aburriera.
Fragmento IX – Las Brevas, Platero y Yo, Juan Ramón Jiménez
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le falto la finca mas grande y llena de misterios LA MEDIA LUNA de Juan Rulfo en PEDRO PARAMO