Garrapatas, nuches, nemátodos, estrongilídos, piojos…
El parasitismo es una forma de interacción ecológica en la cual uno de los miembros -el parásito- se beneficia a través del uso de recursos reunidos por el otro miembro -el hospedero- (Bush et al., 2001). A través de su historia evolutiva, las especies animales han convivido con poblaciones de parásitos que han regulado, junto con otras interacciones ecológicas, tanto sus tamaños y estructuras poblacionales como su estructura genética (O’Brien y Evermann, 1988; Dobson y Hudson, 1992; Barlow, 1996). A diferencia de lo que ocurre con otros agentes infecciosos, los parásitos exhiben una dinámica más lenta pero menos susceptible a desaparecer. Esto es consecuencia de la diversidad de adaptaciones que poseen y que le permiten a sus estados larvales vivir por largos periodos de tiempo en un estado de dormancia[1]. También se puede deber a que, durante su ciclo de vida, usen diferentes hospederos en distintas épocas del año, o que ocupen diferentes partes del hábitat de sus hospederos (Hudson y Dobson, 1998).
Se ha indicado, tradicionalmente, que los parásitos “bien adaptados” afectan poco a sus hospederos. Sin embargo, los parásitos tienen una influencia sobre los hospederos similar a la que cumplen los depredadores, competidores y otros enemigos naturales (Lyles y Dobson, 1993). De hecho, la influencia de un parásito sobre un hospedero afecta su respuesta ante competidores y mutualistas, su reacción a las condiciones físicas del ambiente, su capacidad reproductiva y/o su habilidad para obtener recursos. De esta manera, como consecuencia del parasitismo, competidores agresivos pueden debilitarse y ésto permitir que especies equivalentes más débiles persistan (Begon et al., 1996; Hudson et al., 1992; Barlow, 1996).
La intensidad parasitaria depende de la virulencia[2] del parásito y de la susceptibilidad del hospedero. Ésta última está determinada por el genotipo y condición física del mismo, pero también por la calidad del hábitat, la densidad de hospederos y la distribución espacial de los mismos (Stuart y Strier, 1995; Coyner et al., 1996; Gandon et al., 2002). En este punto cabe recordar algunas razas como Katahdin que son más resistentes al efecto nocivo de los parásitos. Cualquier variación en la intensidad parasitaria de un hospedero es producto del balance entre las tasas de infección parasitaria y las de mortalidad de la población de parásitos mantenidos por un hospedero (Hudson y Dobson, 1998).
La mayoría de los estudios sugieren que el impacto de los parásitos en la supervivencia del hospedero está directamente relacionado con su intensidad parasitaria (Hudson et al., 1992; Tinsley, 1995; Valenzuela et al., 2000; De Thoisy et al., 2001; Lankester et al., 2002; Lucas et al., 2003; Rico-Hernández et al., en prep.). Sin embargo, endoparásitos como los céstodos, que tienen la habilidad de reproducirse asexualmente en sus hospederos intermediarios, necesitan únicamente de una infección exitosa y no de altas intensidades parasitarias para producir reducciones significativas en la fecundidad y supervivencia del hospedero (Hudson y Dobson, 1998).
Los parásitos pueden afectar la reproducción del hospedero, directamente disminuyendo el tamaño de la camada o de la postura o, incluso, destruyendo el tejido u órganos reproductivos. Algunos parásitos también tienen efectos indirectos en la reproducción del hospedero al demorar su crecimiento, el momento de la madurez o disminuir su periodo reproductivo. Incluso, en algunas especies, la supervivencia de las camadas es menor cuando la madre está infectada (Scott, 1988; Holzman et al., 1992; Spalding et al., 2002; Dunbar et al., 2003).
En algunos casos no sólo la reproducción se vé afectada, sino que los patrones de movimiento y el estado jerárquico del hospedero lo son por el efecto que tienen los parásitos sobre éste. Esto, probablemente, se refleja en la supervivencia y reproducción de los individuos infectados (Scott, 1988). Por otra parte, el incremento en la morbilidad[3] y el impacto de los parásitos en el presupuesto energético del hospedero pueden producir un incremento en la mortalidad a través de una mayor susceptibilidad a la depredación o a la infección con otros parásitos. (Scott, 1988; Hudson et al., 1992; Hudson y Dobson, 1998).
Si los parásitos afectan negativamente la supervivencia y/o la reproducción de los individuos, pueden tener un impacto similar sobre la composición, la abundancia o la densidad de la población hospedera (Scott, 1988). En particular, especies sociales, como lo son los domésticas o las utilizadas para la producción agropecuaria, tienen un alto riesgo de infectarse con parásitos que se transmiten por contacto. De aquí se deduce que la densidad poblacional tiene un efecto sobre las interacciones parásito-hospedero. Por lo tanto, dependiendo de la velocidad a la que la resistencia a los parásitos se vaya perdiendo, éstos últimos contribuyen a la disminución del tamaño y a la extinción total de una población (Lyles y Dobson, 1993; Boots y Sasaki, 2001; Gandon et al., 2002).
Quedan entonces descubiertos todos los efectos deletéreos y el alcance del impacto que pueden tener los parásitos sobre nuestros animales, la solución es establecer un programa de desparasitación y procurar la selección de aquellos animales más resistentes dentro de nuestra explotación agropecuaria.
[1] Suspensión temporal en el desarrollo de los parásitos en un preciso momento de su desarrollo.
[2] Capacidad del parásito para establecer una infección.
[3] Número de individuos de una población infectados por un parásito.
Fuente: Rico-Hernández, G. 2004. Riqueza e intensidad de monos aulladores (Alouatta palliata mexicana) presentes en fragmentos de bosque de la Sierra de Santa Marta. Instituto de Ecología, México