Colombia mira hacia la ganadería sostenible
Es medio día en el norte del Tolima. El termómetro marca cuarenta y dos grados centígrados. La región pasa por un fuerte verano. Cincuenta y cinco vacas horras y un toro brahman rojo soportan el calor abrasador debajo del único samán presente en el potrero de la finca La Victoria en el municipio de Lérida. El suelo del potrero de diez hectáreas ha sido arrasado casi en su totalidad. El pasto escasea y las piedras y el polvo abundan. No hay comida para los animales.
El ganado está muy flaco. Costillas y caderas prominentes se asoman en todas las vacas. Por su lánguida mirada, pareciera que los animales estuvieran rogando por agua y comida. Pero ningún vaquero aparece. En el cielo solo se divisa un grupo de buitres que vuelan en círculos. El verano deja desolación en estas tierras tolimenses, explotadas por más de un siglo bajo el mismo sistema productivo.
La ganadería es la principal fuente de proteína en Colombia y es la forma de uso del suelo más extendida en todo el territorio nacional, lo cual le da una particular importancia económica, social y ambiental. Según cifras de la Federación Nacional de Ganaderos (FEDEGAN), la industria del ganado ocupa hoy por hoy 39,2 millones de hectáreas, es decir, la mayor parte de la frontera agrícola de Colombia.
Y aquí, el sistema productivo más común y tradicional es el de tipo extensivo. Se caracteriza por la cría de ganado en grandes extensiones de terreno, donde los animales pastorean libremente en búsqueda de alimento y son supervisados de forma esporádica. Si bien este tipo de ganadería ha ayudado a colonizar grandes territorios en el país, y en toda Latinoamérica, para expertos como el investigador de la Universidad de Texas Eric Perramond, la ganadería extensiva es la causante de un proceso creciente de degradación ambiental caracterizado a su vez por baja la productividad.
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La báscula no miente. Trescientos veinticinco kilogramos pesa el novillo de veinticinco meses que trae tatuado en su anca derecha el número 6058. La ganancia de peso no es la esperada. Los cuarenta y cinco novillos blancos que pastorean libremente en la finca Hato Nuevo en la vereda La Camachera de San Martín, Meta, solo han ganado en promedio cuarenta y cinco kilos en los últimos seis meses. El dueño de los animales está perdiendo tiempo y dinero.
La finca Hato Nuevo ha estado en manos de la actual familia propietaria desde hace más de 60 años. Los abuelos llegaron de Cáqueza, Cundinamarca, a colonizar la inmensa llanura en una época en la cual el gobierno nacional promovía, sin importar el costo ambiental, tumbar árboles, cercar terrenos y establecer pasturas para ganadería. Desde entonces la finca se ha dedicado al levante de ganado. Pero la tierra ya está cansada.
De acuerdo a cifras del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural (MinAgricultura), la productividad de la ganadería colombiana es baja frente a la de otros países. 800 litros producidos por una vaca en un año, la mitad de las vacas infértiles y la necesidad de contar con dos hectáreas por cada cabeza de ganado son indicadores productivos para preocuparse. Según el médico veterinario Alejandro Urbina, lo anterior es, en gran parte, consecuencia de la pobre inversión en tecnología y de que más que una actividad productiva, la ganadería es vista como un factor de acumulación de capital asociado a la tenencia de tierra.
Cuentan los vecinos al río Guamal, en San Martín, Meta, que en los albores de la colonización de los años cincuenta era habitual encontrar animales silvestres como venados, loros, monos maiceros y armadillos en las sabanas de la Orinoquia. Hoy en día, la ganadería ha echado a perder una buena parte del hábitat natural de esa región y lo ha fragmentado de tal manera, que ha producido una dramática disminución del tamaño de las poblaciones de estos animales. Ya no se escucha la alharaca de las loras atravesando la finca Hato Nuevo, porque no les quedan árboles para alimentarse.
Michelle Chauvet, investigadora de la Universidad Autónoma de México, considera que la ganadería extensiva en Latinoamérica no contempla la conservación y el mantenimiento de los ecosistemas como parte del sistema productivo. Sostiene además que la producción ganadera debe partir de nuevas bases, que hagan necesario conservar los recursos naturales y enfocarse hacia una ganadería sostenible. El aspecto ecológico de la ganadería tiene un valor decisivo si lo que se busca es hacer del suelo, la biodiversidad y los recursos naturales un solo sistema sostenible.
En Colombia, casi veintiséis millones de cabezas de ganado pastorean en suelos adaptados naturalmente a servir de sustento a sabanas y bosques tropicales. Las fincas ganaderas fueron establecidas mediante la tala de bosques y la introducción de pasturas ajenas a las condiciones naturales del terreno. En algunas regiones del país, como los llanos orientales o las sabanas inundables de la región Caribe, las ganaderías de tipo extensivo no son productivas. Es decir que la actividad ganadera no genera los recursos suficientes que permitan recuperar la inversión inicial. A pesar de esto y de que desde hace más de 20 años se sabe que la producción de ganado degrada el medio ambiente, el sistema de tipo extensivo predomina en el país.
Una solución a la baja productividad y el impacto ambiental en fincas como La Victoria y Hato Nuevo, es implementar en ganaderías tradicionales un sistema de silvopastoreo. El silvopastoreo es un sistema productivo caracterizado por un manejo integral en el interior de las ganaderías, donde los árboles interactúan con los forrajes y los animales. Liliana Mahecha, zootecnista y profesora de la Universidad de Antioquia, piensa que el silvopastoreo puede disminuir el impacto ambiental de la ganadería, pues beneficia el suelo al fijar el nitrógeno necesario para el crecimiento de árboles y pasturas, controlar la erosión y reciclar nutrientes.
El silvopastoreo contribuye a disminuir el calentamiento global y garantiza la prestación de servicios ecosistémicos, como polinización y control biológico de plagas, en el interior de fincas ganaderas. La implementación de sistemas silvopastoriles genera además impactos positivos en la conservación de bosques y la biodiversidad e incrementa la productividad en predios ganaderos.
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La tierra de don Olimpo Montes en el municipio de Alcalá, Valle del Cauca, da ejemplo de esto. Treinta vacas de alta producción lechera caminan bajo la sombra y sin prisa por uno de los potreros de la finca Pinzacuá. El pasto del potrero es abundante. Los animales se deleitan ramoneando las vainillas de las leucaenas y las hojas de los matarratones. Sus lomos de color rojo encendido reflejan un buen estado corporal. Los ingresos por venta de leche y cría de terneros hacen que Montes duerma tranquilo.
Muy cerca del bebedero, entre las ramas de un chicalá florecido y de color amarillo brillante, se logra apreciar el azul metálico de las plumas de un barranquero. Desde que en la finca Pinzacuá se implementó el sistema silvopastoril, no sólo se producen más terneros al año y se vende más leche, sino que también regresaron aves y ardillas que no se veían hacía años en la región.
En los últimos años, los sistemas silvopastoriles han cogido fuerza entre los ganaderos del país, gracias a un trabajo conjunto entre FEDEGAN, el Centro para la Investigación en sistemas sostenibles de Producción Agropecuaria (CIPAV), The Nature Conservancy, el Fondo para la Acción Ambiental y la Niñez, el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible y MinAgricultura.
Según Andrés Zuluaga, Coordinador General del proyecto Ganadería Colombiana Sostenible (PGCS) de Fedegan, el Plan Estratégico de la Ganadería Colombiana 2019 prioriza el uso sostenible de los recursos naturales. Una de las metas consiste en devolverle a la naturaleza diez millones de hectáreas para conservar bosques, sabanas naturales, páramos, humedales y rondas de los ríos.
Cuando la familia Sánchez tomó la decisión de cambiar el sistema productivo de su finca Cicana, sus vecinos de Timaná, Huila pensaron que estaban locos. ¿Para qué meter surcos de árboles en los potreros?, se preguntaban. El silvopastoreo era bastante innovador y muchos no apostaban por el cambio que proponían. Hoy en día, esta finca es una de las más productivas y bonitas de la región.
La finca Cicana es tan solo una de las 2.500 fincas que asesora el PGCS. Este proyecto se implementa hoy en 83 municipios de 12 departamentos. El área total de los predios se aproxima a 120.000 hectáreas. La mayoría de beneficiados son pequeños productores, como Don Olimpo y la familia Sánchez, quienes ahora tienen mayores ingresos y contribuyen a la conservación de los recursos naturales en sus fincas ganaderas.
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