La dualidad de los gatos
Los gatos tienen una doble identidad: son animales salvajes (que gozan de gran autonomía) y domésticos (que se asocian a entornos humanos). Reconocer esta dualidad es clave para entender el conflicto social que pueden llegar a generar los gatos.
Ambas formas de relación entre humanos y gatos, tanto funcional como familiar, emergieron relativamente rápido una vez el gato salvaje africano Felis. s. lybica se aproximó por vez primera a los humanos. Para ser efectivos controladores de plagas, los gatos requieren autonomía e instinto de cazador. Por otro lado, para ser compañeros o mascotas, los humanos prefieren gatos que expresen más un comportamiento sedentario y un vínculo afectuoso. Acá es donde se pone en evidencia esa dualidad.
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Esas evidentes tensiones entre el gato «cazador» y el gato «animal de compañía» están claramente expresadas en el comportamiento humano y sus actitudes hacia los gatos. Es por esto que en muchas latitudes el manejo de los gatos es usualmente regulada tanto por leyes enmarcadas en el bienestar animal como por aquellas encaminadas a implementarse en la fauna silvestre. En el norte de Australia, por ejemplo, los gatos que no tienen dueño son objeto de control como si fueran animales ferales, mientras que a los gatos que son mascota se les implanta un microchip y son registrados. Existen además marcadas diferencias en la prácticas de manejo implementadas entre animales utilitarios (por ejemplo, gatos de finca) a los que se les permite vivir en el exterior y reproducirse libremente, y animales de compañía.
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Los gatos vagabundos o callejeros son considerados un problema por sus excreciones y su comportamiento agresivo y de caza. En la sociedad posindustrial, en la que los gatos mascota se han vuelto más populares en espacios urbanos y semiurbanos, su comportamiento de cazador se interpreta más como un problema resolver que como un servicio que presta. Es por esto que en muchos contextos se considera que el comportamiento del gato es responsabilidad de su propietario o tenedor.
Existe igualmente un creciente debate entre los propietarios de gatos en relación con las implicaciones de bienestar animal y de seguridad (aburrimiento, obesidad y estrés) que supone el confinamiento de gatos en espacios cerrados y la razón por la cual se justificaría dejarlos explorar en exteriores a voluntad a pesar de los riesgos que supone para los humanos, los gatos y la fauna silvestre (transmisión de enfermedades, accidentes, defaunación, pérdida de los gatos).
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La mayor controversia que actualmente suscitan los gatos es el impacto que estos generan sobre la fauna silvestre. Tanto animalistas como conservacionistas deberían tener mayores coincidencias en este aspecto, aunque pareciese que los primeros negaran el bienestar animal que también se le debe garantizar a la fauna silvestre que potencialmente puede llegar a ser depredada por los gatos. Los conservacionistas han reportado la disminución de poblaciones naturales de fauna (particularmente de aves y herpetos) como consecuencia de la presencia de gatos ferales en hábitats naturales y urbanos. Los animalistas argumentan que los gatos domésticos no pueden ser el chivo expiatorio de esta problemático, pues evidentemente existen otros factores antrópicos responsables de la defaunación.
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Como se puede ver, este doble estatus de los gatos evidentemente genera un conflicto entre diferentes sectores de la sociedad. Los animalistas primeramente reconocen y valoran a los gatos como animales domesticados. Aseguran que la histórica relación humano-gato implica que la sociedad humana debe demostrar una suerte de compasión hacia esta especie de felino, incluso cuando están fuera del control humano. En contra posición, los conservacionistas reconocen lo «salvaje» del gato a pesar de su domesticación, por lo que no deben ser ignorados como agentes que producen serios daños ecológicos.
Tanto animalistas como conservacionistas parecieran tener razón, pues los gatos como especie y como individuos, como animal doméstico y salvaje o feral, como mascotas y como cazadores, son valiosos pero también nocivos. La relación simbiótica que se ha construido entre humanos y gatos significa que los gatos domésticos no pueden ser reclasificados como salvajes o silvestres para propósitos de manejo. De igual forma, resulta evidente que tanto humanos como gatos están conjuntamente implicados en los actuales daños al ecosistema que se han comprobado en numerosos hábitats naturales.
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