Impuesto a la carne: el nuevo desafío para los ganaderos
Economistas, académicos y legisladores están poniendo sobre la mesa la conveniencia de imponer un impuesto al consumo de carne de res. Los beneficios que esto acarrearía para el ambiente y la salud pública son innegables, pero sería una medida muy impopular en varios sectores de la sociedad.
Se estima que el negocio ganadero a nivel mundial genera el 15% del total de las emisiones de gas carbónico, gracias a que el consumo de carne se mantiene al alza. Además, el sistema productivo imperante promueve la deforestación.
Es por esta razón que se ha planteado que una de las soluciones al cambio climático es restringir la actividad ganadera e incluso grabar tributariamente a la carne de res.
En efecto, un estudio realizado en el Reino Unido por Farm Animal Investment Risk and Return Initiave (FAIRR), una iniciativa que promueve equidad social y ambiental en la actividad agropecuaria, considera que la carne de res está siguiendo los pasos del tabaco y el azúcar, para desestimular su consumo a través de un impuesto.
Precisamente los parlamentos de Alemania, Dinamarca y Suecia ya han discutido el impuesto a la carne, y el gobierno chino ha recomendado a sus conciudadanos disminuir el consumo de carne en un 45%. Muchos países han incorporado este tipo de impuesto basándose en el daño que puede producir su consumo: más de 180 países tienen un impuesto al tabaco, más de 60 a las emisiones de carbón y al menos 25 al azúcar.
Es por esto que las directivas de FAIRR esperan que el impuesto a la carne sea una realidad en la próxima década. Incluso el reconocido escritor ecologista del diario inglés The Guardian, George Monbiot, afirma que “o cambiamos nuestra dieta o será demasiado tarde”.
El primer análisis global sobre el impuesto a la carne realizado en 2016 estima que una tributación de 40% en carne de res, de 20% en leche y de 8.5% en pollo puede salvar un millón de vidas al año y contribuir a la solución al cambio climatico. Los numeros no mienten, pero su implementación no es cosa fácil.
Claramente el impuesto a la carne puede interpretarse como un imposible político, pero un estudio de 2015 del afamado think tank Chatham House estableció que la población puede ser más conciente de lo que el gobierno cree (al menos en el primer mundo). Un sector representativo de la población mundial espera que sus gobiernos lideren con acciones en pro del futuro del planeta. Es solo cuestión de tiempo, ya que de decisiones como esta depende la supervivencia del ser humano.
Al respecto, Marco Springmann, del Oxford Martin Programme on the Future of Food en la Universidad de Oxford, sostiene que: “los actuales niveles de consumo de carne no son ni saludables ni sostenibles”. El impuesto a la carne puede ser entonces el primer paso hacia un nuevo sistema productivo.
Incluso, como lo contempla el informe de FAIRR, la humanidad debe buscar nuevas fuentes de proteína más sostenibles para evitar que el actual modelo productivo se lleve por delante la integridad ecológica de todo el planeta.
¿Y Colombia qué?
El país ha tenido algún avance para desestimular el consumo de productos del agro a partir de la tributación. El tabaco es el mejor de los ejemplos: si bien en la mayoría de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), su tributación está por encima del 60% y en algunos por encima del 70%, en el país la tarifa del impuesto al consumo de cigarrillos y tabaco es del 55% y de un 10% para el deporte.
Sin embargo, esta política tributaria no ha bajado el consumo de tabaco en el país y tampoco ha disminuido el costo que este representaba para la salud pública nacional (al menos 3 billones de pesos). Por lo que se ha planteado incrementar el impuesto al tabaco hasta en un 400%.
En todo caso, durante el proceso bajó el área sembrada de tabaco en el país y, en su momento, la medida tributaria golpeó al sector tabacalero colombiano (a pesar de que este no pesa tanto dentro de la generación de empleo rural en Colombia). Es preciso recordar que esas grandes extensiones cultivadas de tabaco de décadas pasadas (por ejemplo, en Ambalema, Tolima) tuvieron que migrar hacia otras actividades agropecuarias como la ganadería y el arroz, como consecuencia de la tributación y la falta de competitividad. Era algo inevitable.
Algo similar se ha propuesto hacer con el azúcar, mediante la imposición de un gravamen a las bebidas gaseosas en Colombia. Basta recordar el debate que se dio en el senado en 2017 sobre la conveniencia para la salud pública de que el consumidor de gaseosas pague un impuesto. Finalmente, esta propuesta se hundió por senadores como Iván Duque Márquez del Centro Democrático (partido que ha recibido apoyo económico de la Organización Ardila Lulle, dueña del monopolio del azúcar en Colombia) que aseguraban que como la gastronomía local aporta más calorías que las gaseosas resulta poco conveniente establecer un impuesto sobre este tipo de bebidas. En todo caso, en la próxima legislatura este debate seguirá abierto y, a pesar de la presión de los grandes grupos económicos, tarde o temprano terminará por aprobarse. Recordemos que el ingreso de Colombia a la OCDE apremia!
El tema de la carne resulta más complicado. Especialmente porque el negocio ganadero en Colombia fue muy golpeado por el conflicto interno (secuestro, extorsión y asesinatos cometidos por la guerrilla), lleva años pidiendo verdadero apoyo del gobierno (inversión en C + I + T) y ha sufrido incluso los efectos de la corrupción y la mala gestión a través de la administración que hizo Fedegan, en cabeza de José Félix Lafaurie, de los parafiscales de los ganaderos.
Si bien en el país se ha promovido (así sea en una pequeña proporción) la implementación de sistemas silvopastoriles en pro de una ganadería sostenible, el efecto que ha causado la ganadería sobre los ecosistemas naturales es casi que irreparable. Por lo que resulta necesario, así sea impopular, establecer un impuesto al consumo de la carne. Y así como lo hicieron algunas tabacaleras en el pasado, las ganaderías tendrán que adaptarse o desaparecer.
A pesar de que en Colombia el debate sobre el impuesto a la carne no ha comenzado, en el mercado ya hay avances en el tema. En algunos supermercados se ofrece carne colombiana, de alto costo, proveniente de ganaderías con sistemas productivos sostenibles que garantizan la conservación de los bosques y la naturaleza. Este producto claramente va dirigido a un consumidor consiente y con alta capacidad adquisitiva, que sería el mismo que aceptaría pagar un impuesto a la carne. Luego, señores ganaderos, prepárense porque en unos años este impuesto a la carne será una realidad.
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